lunes, 1 de marzo de 2010

LA NACION: ENTRE EL EXODO Y LA ESCLEROSIS

EL ESCENARIO

Carlos Pagni

Es difícil pronosticar el contenido del mensaje que Cristina Kirchner pronunciará hoy para inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso. Entre otras cosas porque, desafiando las reglas del género y cautiva de su antiguo rol de legisladora, ella insiste en improvisar. Aun así, hay un rasgo principal de ese discurso que se puede anticipar con poco margen de error. La Presidenta hablará más del pasado que del futuro. Insistirá en sus méritos, pero le costará describir sus sueños. Habrá, en sus palabras, más recuerdos que proyectos. Es natural. Los Kirchner están atravesando esa fase conservadora, defensiva, en la que ingresan los liderazgos cuando les sobreviene la declinación.

Para esta predicción no hacen falta talentos proféticos. Alcanza con observar lo que ocurrió con la política en la semana que pasó. Se descubrirá que la crisis del kirchnerismo, además de acentuarse, cambió de naturaleza. Un síntoma elocuente es que los peronistas que cambió de naturaleza. Un síntoma elocuente es que los peronistas que se oponen a los Kirchner ya no se reclutan entre sesentones como ellos. El intendente de La Plata, Pablo Bruera, nació en 1964; el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, en 1969, y el intendente de Tigre, Sergio Massa, en 1972. A diferencia de Menem, Duhalde, Rodríguez Saá, Puerta, Busti, Solá o Reutemann, ellos no están radicados en ese pasado que el matrimonio se había propuesto, de un modo u otro, remover. La irreverencia llega ahora desde el futuro. Quienes estaban llamados a ser discípulos prefieren ser apóstatas. Con Bruera, Urtubey o Massa, el pasado que hay que desplazar se llama Kirchner. Es la primera novedad.

La otra es que Massa, Urtubey y Bruera están al frente de una administración. Es decir, el miedo al escarmiento, casi siempre fiscal, está dejando de ser un factor disciplinario. Es la razón por la que gobernaciones que se alineaban con la Casa Rosada cuestionan, por primera vez, el reparto federal de los recursos. La conducta del pampeano Carlos Verna, quien quedará al frente de la Comisión de Coparticipación del Senado, importa por ese rasgo. La Presidenta sabe, desde el viernes, que el Fondo del Bicentenario no será autorizado por el Congreso, salvo que acepte proponerlo en un proyecto de ley. De ser así, podría imponerse la voluntad de Verna: que el 30% del monto -es decir, US$ 2000 millones- se reparta entre las provincias. ¿Qué gobernador podría negarse? ¿Daniel Scioli, que ganaría US$ 800 millones? Por la boca de Verna habla, y ésta es la sorpresa, el peronismo que gobierna. Hasta ahora, sólo el puntano Alberto Rodríguez Saá ocupaba, casi estrafalario, esa posición. El orden unitario construido por los Kirchner gracias a una inédita concentración de los ingresos ha comenzado a desmoronarse. Y la causa del derrumbe no está en el exterior. Es endógena.

Para un líder principal del oficialismo en el Congreso, se trata del problema más importante del año: "Podemos acordar -dice- la reforma del Consejo de la Magistratura; al Indec, aunque a desgano, lo vamos a defender; pero si nos tocaran la caja, nos estarían sacando del poder. Entonces habría un veto". Esa posibilidad es inminente: hay una mayoría de diputados dispuestos a coparticipar toda la recaudación del impuesto al cheque. Los ingresos del Tesoro disminuirían, en ese caso, en $ 8000 millones.

La eterna discusión federal ha regresado a la Argentina y los Kirchner la enfrentan con un Ministerio de Economía fantasmagórico. El mercado financiero se pregunta por la estabilidad de Amado Boudou, a quien identifica, por error, con el acuerdo con los holdouts . El ministro de Economía está en el centro de una disputa entre la Presidenta y su esposo. Kirchner quiere echarlo, pero ella, hasta ahora, lo sostiene. Boudou se ganó enemigos complicados. El principal es Carlos Zannini, con quien tuvo un entredicho altisonante, hace diez días, en el despacho de Aníbal Fernández. Después de ese episodio, en los diarios comenzaron a publicarse encuentros de Kirchner con economistas amigos. Algunos falsos, como el de Miguel Peirano. Al lado de la Presidenta concluyen lo siguiente: por ahora Boudou se queda; si lo echara, el reemplazo sería Débora Giorgi, y el canje ya es una decisión de la señora de Kirchner.

La tercera innovación relevante surgió de Olivos. En su discurso de La Plata, el miércoles pasado, Kirchner aseguró que en 2011 habrá que decidir "entre un compañero o una compañera". Ya no dijo "un pingüino o una pingüina" (cuando agregó que él y su mujer apoyarán al sucesor "desde el lugar donde nos encontremos", dio lugar a chistes de mal gusto). El aparato de comunicación oficial insinúa, desde ese momento, que los Kirchner se resignaron a encolumnarse detrás de la candidatura presidencial de Daniel Scioli. Esa sí sería una noticia: ellos nunca trabajaron para otro.

Este cambio, medular, es una respuesta al catastrófico desencuentro de la Presidenta y su esposo con la opinión pública. Encuestas confiables revelan que, en febrero, la imagen de ellos ha sido la peor desde que finalizó el conflicto con el campo: alrededor de 66% de apreciación negativa contra 32% de aprobación, en cada caso. Se entiende que el gobierno de Barack Obama, a través de Arturo Valenzuela, haya esgrimido ese rechazo popular para burlarse del matrimonio.

El Gobierno exhibe un signo clásico de esclerosis política: la dificultad para discernir lo posible de lo imposible. Los Kirchner confían cada vez más a menudo en promesas que no se cumplen. A la sala IV de la Cámara en lo Contencioso Administrativo no le alcanzó el oficialismo como para convalidar el Fondo del Bicentenario. Los senadores correntinos Josefina Meabe y José María Roldán, que Juan Carlos Mazzón suponía favorables a ese fondo, están en la oposición. La multitud que los platenses Julio Alak -ministro de Justicia- y Carlos Castagnetto -viceministro de Desarrollo Social- convocaron para el acto del miércoles pasado no llegó a formarse. Entre otras razones, porque muchos intendentes no movilizaron a su feligresía. Un caso inesperado fue el de Hugo Curto, de Tres de Febrero, quien se excusó con Alberto Balestrini diciendo que "La Plata está muy lejos" -hablaba, es obvio, de la ciudad-. En el Club Atenas no hubo, según varios asistentes, más de 3000 personas. Dos días después, el intendente Bruera, en contra de quien se organizó el acto, reunió 4000 en el estadio de Ferro.

La insinuación de la candidatura de Scioli es una táctica para contener una ola de disidencia. Reutemann todavía no apareció y la candidatura presidencial de De Narváez está, por ahora, floja de papeles. Pero los peronistas decidieron, igual, emprender el éxodo. La promesa de continuidad del matrimonio no los detiene. Los impulsa. Es imprescindible inventar otro futuro. ¿Alcanzará con Scioli? En aquellos sondeos, el gobernador exhibe alguna recuperación: por primera vez en meses, su imagen positiva -50%- supera a la negativa -46%-. Pero ¿se animarán los escritores del grupo Carta Abierta a editar un panegírico de Scioli? Sería entretenido.

La de Scioli es, como se ve, una salida de emergencia, acaso imaginaria, para un presente que se ha vuelto opresivo. El traspié de la oposición en el Senado ocultó un dato muy relevante: negar el quórum, como hizo Miguel Pichetto, es un recurso extraño a los oficialismos parlamentarios. Los gobiernos que quedan en minoría suelen explorar acuerdos legislativos. Pero la Presidenta y su esposo se embarcaron en un experimento más derrotista: convertirse en la oposición de la oposición. En vez de fracturar al adversario, esta estrategia lo amalgama. De insistir, el resultado será tan probable como penoso: la esterilidad definitiva del kirchnerismo para cualquier empresa reformista.

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